TRAPIELLO, ANDRÉS
BALUARTE es la traducción que buscó el afrancesado Azorín para la palabra boulevard, lo mismo que encontró para quartier latin, extremando escrupulosamente la etimología, lo de cuartel latino , y así con otras muchas expresiones francesas que él adaptó con su gracioso dandismo particular. La anfib ología de baluarte produce un efecto especial, pues parece comprimir en uno conceptos diferentes. Por un lado el de paseo ancho y arbolado de una ciudad, y por otro el de una defensa en la muralla que la rodea. En la medida en que estos artículos, aparecidos en el Magazine de La Vanguardia, se publicaron los domingos, me gustaría pensar que conservan algo del bulevar al que la gente va a pasear unas horas esos días de fiesta, el mismo acaso donde otro francés, Baudelaire, se cruzó con aquella transeúnte desconocida a la que dedicó un bellísimo soneto. Claro que, por recordar a Montaigne, que escribió su obra repensando la tradición en la torre de su mansión, querría uno que estas páginas fuesen también un baluarte contra los lugares comunes. No obstante, parece haber algo paradójico en estos dos propósitos, algo m