La cofradía de los goliardos, esculpida en la piedra viva del poema como en una cueva de cristal de roca, nos depara el acento satírico, pesimista, hedonista o sarcástico de una época, unas gentes y un talante que se manifestarán en admirables piezas poéticas cuya fortuna es con frecuencia única en la lírica profana medieval: espejo cambiante, agitado y contradictorio de la condición humana, servido por un arte singular.